Lima (Prensa Latina) Se fueron el mismo día. El 11 de septiembre del 2021 falleció Abimael Guzmán, y el 11 de septiembre del 2024 tuvo el mismo destino Alberto Fujimori. Y quienes creen en la vida extraterrestre, bien podrían suponer que los dos se fueron al mismo lugar, y con la misma edad, 86 años.
Por Gustavo Espinoza M.*
Colaborador de Prensa Latina
Pero más allá de ello, hay que decir que un 11 de septiembre fue también el empoderamiento del terrorismo asesino en Chile -en 1973- y años después, la voladura de las Torres Gemelas de Nueva York, que marcara el auge del terrorismo en el país más poderoso de América.
Se suele decir que en la vida hay coincidencias, pero en política, ellas no son casuales. Responden a una cierta lógica elemental: se atraen entre sí los signos complementarios y por eso ocurren fenómenos como el que hoy nos ocupa.
En el argot popular se dice que «no hay muerto malo». Y es que, cuando alguien muere, quienes le sobreviven lo recuerdan desde una óptica positiva. Hablan de méritos y aciertos, evocan las virtudes y relegan los defectos.
Simplemente no hablan de ellos para «no herir» a los familiares del extinto. Extraña costumbre, que se ha impuesto casi como una expresión de «los modales», que hay que cultivar para «quedar bien» ante los demás.
Aunque en realidad, la muerte no cambia la esencia de nadie. Y Borges lo decía: el que un miserable muera, no lo ennoblece. Por eso, no hay lugar para el cambio de discurso. La perfidia no se borra con el fin de los días del extinto.
Lo que cambia, sí, es la conducta de algunos. Incluso la de instituciones y entidades oficiales. Por eso el Perú es un país extraño: aquí se declara «duelo nacional» por la muerte de un tirano, se lamenta hasta el llanto la desaparición de un asesino, se deplora el fin de un ladrón comprometido en severas acciones contra el pueblo. En suma, se convierte a un delincuente en un ícono inofensivo en nombre de la paz y la concordia.
Y para dar carta de ciudadanía a este procedimiento perverso, se recurre a mentiras colosales. En el caso, se afirma que Alberto Fujimori «salvó la economía». Y esto es falso. Quien levantó el Programa Neoliberal en los 90 del siglo pasado no fue Fujimori, sino Vargas Llosa. Fujimori lo enfrentó.
Ocurrió, sin embargo, que «el chinito de la yuca» se pasó a los predios del Neoliberalismo a partir de junio del 90 cuando en el aeropuerto de Nueva York fue recibido pomposamente por el director del Fondo Monetario Internacional, quien le ofreció el oro y el moro para que dejara en manos de su entidad el proceso de «recuperación económica» orientado a afrontar la crisis.
En otras palabras, el FMI se puso a su disposición, a cambio que él accediera a venderle el país a precio huevo. Y así ocurrió. Por eso se remataron las empresas públicas, se acabó con el sector estatal de la economía, se cancelaron todos los proyectos de inversión y se puso en la calle a millones de personas que no tuvieron más alternativa que convertirse en taxistas o vendedores ambulantes.
Y el precio se paga hasta hoy. Por eso el 79 por ciento de la Población Económicamente Activa es informal, y el Producto Interno Bruto ha caído espectacularmente en las últimas tres décadas.
No «se salvó» la economía, entonces. Se salvaron los privilegios de la Clase Dominante y los intereses del Gran Capital, pero se pauperizó a la gran mayoría de peruanos y se envileció la vida nacional. Nadie lo puede negar.
La otra gran mentira afirma que Fujimori nos «salvó» del Terrorismo. Lo primero que hay que decir con relación al tema, es que se agiganta artificialmente la supuesta «amenaza Senderista».
Hoy se afirma sin vergüenza alguna que el país estaba «tomado» por el terrorismo. Se dice que Sendero ocupaba 2/3 partes del territorio nacional y que Lima estaba «bloqueada». Ambas aseveraciones son burdas. Reflejan el pavor de la clase dominante y el interés por engañar a las nuevas generaciones. También, la intención de «embellecer» a bandas asesinas justificando sus crímenes.
Lo que imperaba aquí era el Terrorismo de Estado. Se expresó en decenas de inicuas matanzas ocurridas en el interior del país, como en Pomatambo, Ocros, Cayara, Parcco Alto o Pativilca, en 15 mil desaparecidos y brutales violaciones a los Derechos Humanos reconocidas por el mundo. Y una corrupción galopante.
Cuando fue capturado Abimael Guzmán -fundador y líder de Sendero Luminoso-, Fujimori pescaba en la selva. El gobierno se quedó sin Sendero, por lo que tuvo que detener las acciones terroristas. Dijo entonces que el Terrorismo «había sido derrotado» y su accionar «había desaparecido». Quienes se dedicaban a esa tarea, habían dejado de actuar.
Las mentiras tienen piernas cortas. Y eso hoy lo sabe la ciudadanía. Por eso no le cree ya a la Clase Dominante y no se deja embabucar por la prédica de los medios pagados.
Más allá de la propaganda formal, el finado pasará al recuerdo como una de las figuras más siniestras del proceso social. Su Epitafio bien podría indicarlo. Y Dante Alighieri lo habría situado en la séptima fosa del Octavo Círculo del Infierno, para no salir de allí.
Pero cuidado: Fujimori ha muerto, pero el fujimorismo está vivito y coleando. Parodiando a Fernando Carvalho, al evocarlo no debe olvidarse la verdad. Hay que decir las cosas como son.